Época: Bliztkrieg
Inicio: Año 1934
Fin: Año 1939

Antecedente:
El "austrofascismo" del canciller Dollfuss

(C) Andrés Ciudad y María Josefa Iglesias



Comentario

El asesinato del canciller tuvo lugar el día 25 de julio durante una tentativa, por suerte abortada, de golpe de Estado nacionalsocialista. Estaba claro, pues, que los nazis austriacos disponían de los mismos medios y de los audaces procedimientos de sus correligionarios alemanes.
La "hazaña" fue ciertamente fácil y supo desarrollarse en silencio y con discreción. Empezó cuando los nacionalsocialistas lograron apoderarse de radio Viena vestidos con uniformes de la heimwehr. Después de amenazar a los empleados y matar a su director, dieron la noticia de la dimisión del canciller Dollfuss. Al mismo tiempo otros 50 nazis, también con el uniforme de la heimwehr, se apoderaron de la cancillería, detuvieron a Dollfuss, al mayor Fey, ministro de Seguridad Pública, y al subsecretario Karwinsky. A instancias de éste, Dollfuss decidió huir a un edificio anejo; pero los nazis dispararon contra él, y uno, llamado Panetta, le hirió gravemente en el cuello, muriendo desangrado por falta de auxilio.

Ante el inesperado suceso, el presidente Miklas nombró canciller provisional al ministro de Justicia Schussnigg, quien, bajo la condición de que fuesen respetadas las vidas de los ministros y funcionarios que se encontraban en la Cancillería, permitió a los revoltosos el plazo de un cuarto de hora para escapar. Exigieron éstos, como condición de seguridad, que se les trasladara a Alemania; pero a instancias del ministro de Defensa, ya a las seis de la tarde, abandonaron la Cancillería y fueron detenidos.

Entonces pudo saberse con claridad la organización del "complot" asesino. Unos 300 nazis habían participado en el golpe, protegidos con uniformes del ejército federal y de la policía. Pudo, pues, comprobarse claramente cómo la subversión nazi estaba perfectamente organizada. A continuación estallaron conflictos armados en Carintia, el Tirol, etcétera.

Cuando fue posible una mínima calma, al menos aparente, el día 30 de julio fue definitivamente nombrado canciller el jefe de las asociaciones católicas, Schussnigg permaneciendo la vicecancillería, y con ella el intento de continuar la política de Dollfuss, en manos del príncipe de Starhemberg.

En noviembre, finalmente, entró en vigor la Constitución antes descrita. Se trataba de institucionalizar esta especial forma de fascismo, donde se conjugaban las tendencias fascistas de las heimwehren, los militares, la antigua aristocracia y el clero, y hasta la tendencia antifascista sostenida por una burguesía judía, temerosa a la vez de la insurrección socialista y de la amenaza nazi. En la nueva Constitución, de pretensiones estrictamente católicas, el Estado queda bajo la autoridad de Dios "todopoderoso de quien emana todo derecho" y se organiza sobre una base corporativa donde son innecesarios plebiscitos y elecciones.

De inmediato, con la llegada de Schussnigg a la cancillería, se agudizó la represión contra los nazis: condenas a muerte por tenencia de explosivos; condenas a trabajos forzados a perpetuidad, medidas de excepción para defensa del Gobierno y del Estado, etc. Al mismo tiempo comenzaba a notarse cierto alivio en la situación económica.

En la sesión extraordinaria de la asamblea federal austriaca, a fines de mayo de 1935, el presidente Schussnigg insistió en la necesidad de delimitar la línea de separación entre el nacionalsocialismo, que era la manifestación mayoritaria del país, y las maniobras hitlerianas en Austria, que no podrían ser consentidas. Austria, en palabras del canciller, sólo deseaba igualdad de tratamiento, reconocimiento de derechos iguales y defensa de un honor comparable al de los demás pueblos.

Luego siguieron ciertos intentos de restauración monárquica, llevados a conversaciones mutuas entre Austria y Hungría. Pero se veía imposible desde el momento en que frente a Austria, deseosa de garantizar su independencia, Hungría aconsejaba un acercamiento a Alemania.

Austria sola parecía disponerse a la monarquía una vez que se impulsó el proyecto de ley tendente a restituir los bienes de los Habsburgo; pero el efecto desfavorable que provocó no sólo en los Estados de la doble monarquía, sino en toda Europa, que lo interpretaba como medida contra el Anschluss o como un verdadero casus belli, una nueva guerra europea, obligó a la marcha atrás y la justificación del proyecto como un simple símbolo reparador a escala interna.

En el fondo se estaba asistiendo a algo ciertamente grave: la lucha entre cierto intento constitucional democrático, en forma de monarquía, que patrocinaba Josef Reithjer, y el fascismo dictatorial deseado y fomentado por el príncipe Starhemberg, jefe oficial de los fascistas. Iba a ser la lucha entre el líder de los campesinos de la baja Austria, conservadores y proclives a la resurrección de un pasado bajo la monarquía, y el hombre más fuerte de Austria, el vicecanciller Starhemberg, de quien en la práctica podían depender el mismo presidente y el canciller, desde su puesto de control del Ejército, de las heimwehren y de las restantes organizaciones armadas.

De todos los problemas creados por el Tratado de Versalles, el de Austria era uno de los más complicados y de más difícil solución. En primer lugar por su analogía de costumbres con Alemania, basada en la identidad de raza que desde el principio colaboró a pensar en una deseable unión de Estados. Pero la proximidad a los Balcanes era, en segundo lugar, otro factor que podía complicar el problema de la paz en Europa.

El asesinato de Dollfuss y el golpe fallido de los nazis en Viena, en julio de 1934, sembraron en Europa la alarma por las pretensiones de Hitler; y el primero que se vio más seriamente afectado fue Benito Mussolini, que expresó su disposición a mantener el ya consabido apoyo a Austria frente a las pretensiones alemanas. Hasta movilizó tropas para situarlas en la frontera del Brennero.

En esta idea conectó con el Gobierno francés, y más concretamente con P. Laval, que viajó a Roma a principios de 1935 y firmó con Mussolini los acuerdos del 7 de enero, proclives a la acción común franco-italiana de ayuda a Austria.

Pero también en estos mismos días -el 13 en concreto- el plebiscito del Sarre devolvía el territorio a Alemania, que poco después, por decisión del Führer, anunciaba la reconstrucción de su aviación militar.

Todos estos sucesos, en un clima cada vez más proclive a la carrera de armamentos, máxime por parte alemana, especialmente preocupada por el logro de instrumentos de ataque, llevó a los jefes de Gobierno y ministros de Asuntos Exteriores de Italia, Inglaterra y Francia al llamado "frente de Stresa" para el control alemán en Europa.

En el prólogo de esta expansión alemana, que tendrá como resultado la ocupación de Austria en marzo de 1938, se entrecruzan un conjunto de fuerzas, además del fracaso de la Sociedad de Naciones y del principio de seguridad colectiva. La respuesta de Hitler al "frente de Stresa", que chocaba a todas luces con el inmediatamente posterior pacto franco-soviético y acababa con los últimos residuos del espíritu de Locarno, fue poner fin a la desmilitarización de Renania en marzo de 1936.

Más adelante, en el otoño, cuando ya la guerra de España influía en el agravamiento de las relaciones internacionales, la ruptura del aislamiento italiano y la creación del Eje Roma-Berlín facilitó la confabulación nazi-fascista (Wiskeman). Uno y otro país quedaron asegurados y ligados en su ansia expansiva. El Eje era de hecho la vía libre hacia la anexión de Austria por Alemania una vez simplificada la quiebra de la relación franco-italiana.

A primeros de noviembre de 1936, en una reunión del Führer con Göring, Von Neurat y algunos generales más, se decidió, para fecha aún no determinada, una ofensiva de gran estilo destinada a conquistar tierras cultivables conforme al objetivo nítido de la "conquista de un espacio vital".

El día 4 de febrero -obsérvese la prisa de las fechas- se reorganizó el mando militar supremo a las órdenes del mariscal Këitel y el servicio diplomático bajo la dirección del nuevo ministro de Asuntos Exteriores, Joachim von Ribbentrop. Era fácticamente el inicio del golpe contra Austria.

Poco después, el día 12, el canciller vienés Schussnigg, forzado a una entrevista con Hitler, aceptó en su Gobierno, como titular de la cartera de Interior, al jefe de los nazis austriacos, el doctor Seyss-Inquart.

Pese a todo, no podía sorprender el éxito del nazismo en un país donde el antisemitismo contaba con profundas raíces, y donde jóvenes, parados y demás adversarios del Gobierno de los católicos deseaban la renovación que el nacionalsocialismo proclamaba. Ante la amenaza de una invasión, el canciller pretendió el 9 de marzo de 1938 un plebiscito en favor de una Austria libre, independiente, social y cristiana. Era demasiado tarde.

El día 11 se produjo la réplica hitleriana. El Ejército alemán ocupó Austria, cuarenta y ocho antes de la celebración del plebiscito. Hitler exigió la dimisión de Schussingg. Ante la respuesta de Londres, que negó consejo al canciller con la excusa de "no hallarse en condiciones de proteger a Austria", se rubricó el abandono y aislamiento austriacos. Era el Anschluss, y lógicamente tampoco Mussolini envió tropas a Brennero.

A primera hora de la noche, el canciller Schussnigg, vencido ante la fuerza, terminó su mensaje con unas palabras providenciales: "Dios proteja a Austria".

Tras cesar la resistencia del presidente Miklas a aceptar las condiciones alemanas, que exigían el nombramiento de Seyss-Inquart como canciller, los manifestantes nazis exhibieron el triunfo invadiendo las calles de Viena, ocupando los edificios oficiales y controlando de facto la vía pública.

En la noche del día 11, el nuevo canciller Seyss-Inquart llamaba a las tropas alemanas para que entrasen en el país.

El día 12 quedó Austria totalmente ocupada sin resistencia alguna; y el día 13 se declaraba Austria unida al Reich. Luego, un plebiscito ratificaría el Anschluss. La anexión de Austria era el principio de la Gran Alemania, y abría los Balcanes al imperialismo hitleriano.

Todas las potencias interesadas antes en defender la autonomía austriaca como esencial para la paz de Europa, se abstuvieron de juzgar la ocupación. Inglaterra en concreto comunicó que la resistencia a Alemania "expondría" a Austria a unos peligros contra los "cuales el Gobierno de Su Majestad" no podía garantizar su protección. Francia vivía su crisis interna, ajena a suceso y a su trascendencia; Italia comunicó a Londres no tener nada que decir; y Checoslovaquia y Polonia parecieron indiferentes.

El día 2 de abril de 1938 las potencias occidentales reconocerían diplomáticamente el nuevo hecho consumado, y Alemania se dispondría, conforme a su plan matemáticamente trazado, a la ocupación de los Sudetes alemanes, bajo soberanía checoslovaca desde 1919.

A partir, pues, de 1938 se precipitó la más compleja y difuminada aleación austroalemana en el Ejército y en la Administración. El país fue sucesiva y globalmente controlado por funcionarios alemanes, y los bienes austriacos pasaron a incrementar lo recursos alemanes para una economía de guerra.

En expresión de Parker, este gran éxito reafirmó la confianza de Hitler. El mismo día 13 Hitler comentaba en privado: "Inglaterra me ha enviado una protesta. Hubiera entendido una declaración de guerra, pero ni siquiera responderé a una protesta. Francia... no puede actuar sola. Italia es nuestra amiga y Mussolini un estadista de gran talla que sabe y comprende que las cosas no pueden ser de otra manera".

La unión de Austria con Alemania se producía en un momento y de una manera que nadie esperaba, y no existía otra forma de intervenir que una declaración de guerra. El diputado Winston Churchill lo señaló duramente en la Cámara de los Comunes el día 15 de marzo:

"Europa se halla ante un programa de agresión, cuidadosamente preparado y calculado al minuto, que se viene ejecutando etapa tras etapa. Sólo nos queda una posible elección, respecto a nosotros y a las demás naciones: o nos sometemos como ha hecho Austria, o adoptamos -mientras todavía haya tiempo- las medidas eficaces para alejar el peligro; y si es imposible alejarlo, para acabar con él. Si seguimos permitiendo que se produzcan los hechos consumados, ¿cuántos recursos vamos a desperdiciar, y cuántos aún nos quedan, utilizables para nuestra seguridad y el mantenimiento de la paz? ¿Cuántos amigos vamos a perder? ¿Cuántos posibles aliados veremos caer, uno tras otro, en el abismo?".